martes, 21 de agosto de 2018

Esperar...


Fue en unas vacaciones en la costa. Esperar…

Era de día y el aire me acariciaba, me senté mirando el mar con mi libro de Lao Tsé en la mano. Esperar… ¿Por qué esperar? – me pregunté.  Hacía ya tiempo venía realizándome ésta pregunta sin poder encontrar respuesta. Yo era de las personas que esperaban algo de alguien, algo de mí. No poder esperar nada de alguien me resultaba devastador, me aterraba el sólo pensarlo. ¿Cómo no iba a poder esperar algo ni si quiera de mí?

Fue entonces cuando me pregunté qué pasaría si dejara de hacerlo, si dejara de formar esas expectativas, esos requerimientos ¿Dejaría de sufrir? ¿Sufriría más? ¿Encontraría la respuesta que estoy buscando?

Cerré los ojos y me dediqué a sentir el viento, el sonido del mar, la arena que tocaba mis pies, el sol en mi cara, como si estuviera tomando una foto, llegando así hasta el interior de mi cuerpo. Prometí llevarme esa sensación para cuando quisiera volver, y es el día de hoy que puedo sentirme ahí cada vez que lo deseo.

La tranquilidad me invadió y me sacudió de la forma más dulce. Decidí no seguir esperando ni siquiera esa respuesta. Porque me di cuenta de que nada esperaba yo de ese mar, de ese día, de aquel sonido del viento que traspasaba mis oídos, de mí, ni de nadie.
 Por eso, todo en aquel momento llegó sin esperarlo, y me dio uno de los mejores instantes de mi vida. Uno que puedo visitar cuando decida hacerlo.



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