Fue en unas vacaciones en la costa. Esperar…
Era de día y el aire me acariciaba, me senté mirando el mar
con mi libro de Lao Tsé en la mano. Esperar… ¿Por qué esperar? – me pregunté. Hacía ya tiempo venía realizándome ésta
pregunta sin poder encontrar respuesta. Yo era de las personas que esperaban
algo de alguien, algo de mí. No poder esperar nada de alguien me resultaba devastador,
me aterraba el sólo pensarlo. ¿Cómo no iba a poder esperar algo ni si quiera de
mí?
Fue entonces cuando me pregunté qué pasaría si dejara de
hacerlo, si dejara de formar esas expectativas, esos requerimientos ¿Dejaría de
sufrir? ¿Sufriría más? ¿Encontraría la respuesta que estoy buscando?
Cerré los ojos y me dediqué a sentir el viento, el sonido
del mar, la arena que tocaba mis pies, el sol en mi cara, como si estuviera
tomando una foto, llegando así hasta el interior de mi cuerpo. Prometí llevarme
esa sensación para cuando quisiera volver, y es el día de hoy que puedo
sentirme ahí cada vez que lo deseo.
La tranquilidad me invadió y me sacudió de la forma más
dulce. Decidí no seguir esperando ni siquiera esa respuesta. Porque me di
cuenta de que nada esperaba yo de ese mar, de ese día, de aquel sonido del
viento que traspasaba mis oídos, de mí, ni de nadie.
Por eso, todo en aquel
momento llegó sin esperarlo, y me dio uno de los mejores instantes de mi vida. Uno
que puedo visitar cuando decida hacerlo.
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